MANFRED MAX NEEF EN AYSEN
En esta ponencia realizada  en octubre de 1992 en nuestra región el destacado economista y Premio Novel Alternativo  Mafred Max Neeff  desmitifica muchos de los conceptos que a su juicio  erigen al mercado como “catecismo”  incuestionable y plantea tres factores que debiera tener  un proyecto de región coherente y sustentable.

Considero tremendamente importante que volvamos a ser una cultura capaz de reflexionar seriamente en torno a los desafíos inmediatos y los que enfrentaremos dentro de las próximas décadas. He tenido la fortuna de viajar mucho y conocer realidades donde se plantean problemas acuciosos y puedo decir que a estas alturas he aprendido algunas cosas  y me alegra poder compartirlas en esta instancia.

Acabo de completar hace algunas semanas mi cuarta vuelta al mundo y luego de visitar realidades culturales tan distintas como Tahiti, Nueva Zelandia, Indonesia, España y Alemania puedo concluir que lo que caracteriza a nuestro mundo actual y que curiosamente tanta gente celebra, es que nos hemos dedicado sistemáticamente a destruir culturas con el objeto de construir economías. Había una vez un tiempo en que uno se sentaba en una mesa a discutir sobre la cultura francesa, alemana o china, la cultura americana. Hoy en día uno se sienta a discutir sobre la economía alemana, la economía latinoamericana, la economía chilena o la de Aisén y yo como economista declaro que ese es el peor empobrecimiento del espíritu humano que conozco en la historia. Me niego a celebrarlo, me avergüenza como ser humano. Hemos perdido el sentido de las proporciones. No hay nada en la dinámica de la vida  humana que no esté determinado por una función económica y cualquier cosa que se pretenda desplazar de ello, puede resultar incluso obscena. Se defiende esta postura con un lenguaje que hoy día ha tomado características de catecismo, y ante el catecismo me parece  imprescindible rebelarse.
Decía el gran filósofo Ortega y Gasset que cada generación tiene su sistema, yo agregaría que cada generación o grupo de generaciones está  dominado – a veces incluso domesticado – por un tipo de lenguaje. Pues bien, el lenguaje que se impone hoy prácticamente en todo el mundo no es ni siquiera un lenguaje económico como podríamos inferir, sino uno directamente economicista, terriblemente simplista y elemental, pero eso si, con una tremenda capacidad de seducción, de permearlo todo y hacer perder de vista cosas sobre las cuales cualquier actividad o proceso económico debiera sustentarse.
Digo que es un lenguaje catecúmeno porque utiliza incluso la creencia como argumento irrefutable.  Prueba de ello es que frecuentemente en algún debate escucho a alguien del otro lado que espeta con absoluta autoridad: “Bueno, creemos o no creemos en el mercado” ¡Momento! Si se trata de creencias, es catecismo. Yo no soy catecúmeno, yo constato, veo; funcionó aquí o no funcionó, funciona siempre o sólo a veces; es bueno siempre o es bueno a veces. Creo que es una actitud elemental a la cual como ser humano no puedo renunciar: el constatar. Pero ante esta especie de deidad del mercadeo, el hechizo es muy grande, las respuestas siempre son inmediatas como en todo catecismo, y como suenan tan simples y lógicas parecen tremendamente convincentes.
Otros ejemplos de estas  “creencias” sin cuestionamientos son  dos palabras sobreutilizadas; Desarrollo y Crecimiento. Pregunto ¿Necesitamos desarrollarnos? ¿Necesitamos crecimiento económico?. La respuesta típica seria si, por supuesto y si es necesario y bueno, mientras más de ello mejor… ¡Veamos!, Constatemos; primero, crecimiento y desarrollo son dos cosas absolutamente distintas. Crecimiento no es más que una agregación cuantitativa de magnitud. Desarrollo es liberación de potenciales cualitativos.Todo sistema vivo, – por cierto una sociedad lo es – crece y alcanzado un  punto deja de crecer pero continúa  desarrollándose. Esta primera distinción es fundamental, pero en este catecismo actual, se ha sustituido totalmente el concepto de desarrollo por el concepto de crecimiento económico.
De este modo, si una autoridad anuncia que vamos a crecer un 7% se presume que ustedes están suficientemente domesticados como para saber que es una estupenda noticia, y que un 7% es mejor que un 6% y menos mejor que un 8%. Constatemos: si alguien tiene el deseo de investigar un poquito más allá verá que ese anuncio  es una información absolutamente hueca y vacía, no me dice si ese crecimiento es bueno, regular o  malo, para eso tengo que dar un paso más  y ver otras variables están subyacentes bajo ese número, por ejemplo, averiguar a  costa de que crecimos esa cifra. Porque  la economía de un país puede crecer a costa de que el país se empobrezca, lo que curiosamente es el caso de la mayor parte del tercer mundo, puede crecer a costa de que no pase nada, puro truco contable de última instancia, y a veces, ese crecimiento conlleva un aumento de la riqueza, entendida ésta simplistamente como aumento de stock.
¿Porqué digo que un país puede crecer en su economía a costa de empobrecerse? Porque en la medida en que yo decido explotar o sobrexplotar un recurso hasta agotarlo, mi economía crece, pero a la vez se empobrece mi patrimonio, lo  que puede ser estructuralmente irreversible en el mediano o largo plazo. Del mismo modo,  si en Aysén hubiese una epidemia, esa epidemia haría crecer el producto regional, porque habría más consumo de insumos farmacéuticos, servicios hospitalarios y médicos. Pero  todos estarán de acuerdo en que no es una manera deseable de crecer, pero, en la teoría macroeconómica que  nos domina hay una curiosísima aritmética en que sólo se suma, no se resta y cualquier cosa que provoque un flujo monetario, se suma. Entonces, talvez la buena noticia sería  crecer en un 2 %, pero creciendo bien, y no en 7%, a costa de empobrecerse, como quien aumenta su cuenta corriente en el banco a costa de vender lo que tiene dentro de la casa. Es curioso  que en esta macroeconomía una disminución del patrimonio se registre como incremento del ingreso, eso es aquí y en cualquier parte monstruosidad conceptual, pero así se hace y todo el mundo lo acepta, lo aplaude y nos sentimos muy exitosos.
Veamos otro ejemplo del catecismo económico dominante tan celebrado en el mundo; la globalización de la economía. En una economía globalizada lo lógico es que nosotros nos globalicemos y esto quiere decir que la estrategia fundamental de nuestro desarrollo es el incremento máximo posible de las exportaciones. Hasta ahí suena muy bien, pero veamos con más detalles qué implica esto; Cualquier economista, incluso el más fundamentalista neoliberal, reconoce  que  ocasionalmente se dan ciertas imperfecciones en el mercado, imperfecciones que nosotros los economistas, eufemísticamente, llamamos externalidades. Pues bien, cuando existe riesgo de que aparezcan  estas “imperfecciones” es legítimamente aceptado que el Estado intervenga para evitarlas, por ejemplo, evitar que surjan monopolios o que aumente la contaminación etc.
¿Qué pasa en un mundo globalizado como el que estamos viviendo hoy? ¿Qué es lo que se globaliza en un mundo globalizado como este? Lo que se globaliza es única y exclusivamente el poder económico, no hay poder político que se globalice y que actúe como contrapeso de un poder económico que opera con absoluta, total y completa impunidad. Más aún, cuando lo único que se globaliza es el poder económico, mientras más irresponsable sea el comportamiento, mejor el negocio, un ejemplo de ello es que cualquiera que quiera registrar en sus precios los costos ambientales que genera, queda en absoluta desventaja frente a los que no lo hacen y que representan la mayoría por supuesto. Pero, ¿Qué más ocurre en este mundo donde se globaliza únicamente el poder económico representado por las grandes empresas transnacionales? Ocurre otra cosa que es tremendamente extraña y muy absurda;  en un mercado lo normal es que compitan los productores para adjudicarse ciertos nichos de negocios, pero esto no ocurre así, en este mercado globalizado no son las grandes transnacionales las que compiten entre si, son nada menos que  los gobiernos de nuestros países los que compiten entre sí para que vengan esas inversiones. Las grandes transnacionales no tienen que hacer nada, hay una gran pelea para atraerlas; son las niñas bonitas que hay que seducir. ¿Quién tiene más poder de seducción? Obviamente el que ponga menos condiciones y eso se traduce en menores salarios, menores costos de producción, menores controles ambientales etc. Más aún, los países del tercer mundo están dispuestos incluso a incrementar su endeudamiento para construir y garantizar una infraestructura que resulte atractiva para esas empresas que vienen. Todo eso lo consideramos absolutamente normal y “la atracción de nuevas inversiones” es el parámetro de una exitosa gestión. Es el mundo al revés. Con esas condiciones en el largo plazo ¿Quién gana? ¿Cuánto queda? Bueno, en el momento que aumentamos nuestras exigencias, se van a otro lado. Después de todo ¿No estamos hablando de una economía libre? Son las reglas del juego que se han aceptado alegremente.
Suele suceder que en nuestros países se argumenta que atraer inversiones es muy importante, porque básicamente generan empleos. Este es uno de los trucos de máxima seducción porque eso suele dar en el punto mas sensible de todos. Mi invitación a cualquiera tentado por este argumento es simplemente que constate, pida experiencias de muchas otras partes del mundo y verá que las esperanzas son infinitamente superiores al desenlace final de la historia.
Veamos otros mitos; el  de las ventajas comparativas. Ahora algunos las llaman ventajas competitivas. Todo el concepto, la idea de las ventajas comparativas de la teoría del comercio exterior surgió en el siglo pasado como producto de un modelo muy famoso del economista inglés David Ricardo, él demostró que en las relaciones comerciales entre  Inglaterra y Portugal, por ventajas comparativas, a Inglaterra le convenía producir textiles y a Portugal, vino y oporto e intercambiarlos. Toda la teoría de las ventajas comparativas se sustenta en el supuesto de que el capital se queda en casa, lo que se conocería como  inmovilidad del capital. Esto, que podríamos identificar como un sentido de comunidad en la economía todavía dura hasta la segunda guerra mundial. Actualmente y de súbito nos encontramos con una total movilidad del capital y seguimos pensando que funciona la teoría de las ventajas comparativas, en circunstancias de que lo único que hay son ventajas absolutas para quien moviliza el capital. Por las razones que expuse antes, ese capital se va donde tiene las mayores ventajas y éstas  son precisamente las menores ventajas para quien recibe la inversión. Sino, no habría razón para que ese capital crezca, a menos que venga por razones apostólicas, pero creo que esas son bastantes pocas y también escasas.
¿A qué apunta todo esto que estoy diciendo? Hablaba de lenguaje. Estamos dominados por un lenguaje que es simplista, convincente, con respuestas precisas para problemas fundamentales. Este lenguaje catecúmeno ha sido muy bien caracterizado por un notable ensayista alemán que lo denomina “palabras plásticas”. Las palabras plásticas son palabras que yo utilizo y no necesito explicarlas más. Una palabra plástica típica es desarrollo, menciono la palabra desarrollo y nadie me discute; me pueden discutir los adornos que le ponga alrededor, por ejemplo, “la provincia de Aysén precisa desarrollarse fuertemente a través de grandes inversiones de tal o cual tipo”. Podemos discutir si son inversiones mayores, pero nadie discute esa palabrita; Progreso incluso para entrar en otras esferas, por ejemplo, justicia social. Piensen ustedes qué ocurriría  si podaran esas palabras de su vocabulario y trataran de plantear sus ideas,  les pregunto : ¿Cuál creen Uds. que debiera ser un futuro para Chile? Pero les he podado la palabra desarrollo, crecimiento, eficiencia, productividad. Fíjense el poder de esas palabras y como dependemos de ellas para desplegar conceptos que en el fondo no dicen nada. Nadie las explica, nadie dice qué hay detrás de ellas, pero sin ellas nos quedamos mudos. Esta es una constatación  importante, porque significa que la gran trampa en la que estamos metidos es una trampa lingüística, y debemos escapar de ella porque el lenguaje influye en nuestras percepciones y determina nuestros comportamientos.
Luego de estas constataciones yo diría que cualquier proyecto debiera pasar tres atributos que voy a explicar brevemente: completitud, consistencia y decibilidad o la capacidad de decidir. ¿Qué quiere decir que un proyecto reúna las condiciones de completitud? por ejemplo un proyecto aquí en Aysén tiene completitud cuando es capaz de satisfacer necesidades de esta región, utilizando satisfactores de esta región, es   lograr una meta a través de un proceso que no sea autodestructivo. Consistenciasignifica lograr las metas de una manera que sea sostenida. Y la condición de decibilidad trata simplemente de generar un medio en el cual exista la posibilidad de aprender de la experiencia propia y de la ajena, donde exista retroalimentación y donde cualquier proyecto sea objeto de la más amplia transparencia, conocimiento, debate y confrontación. Lo anterior  significa que este proceso  no puede darse dentro de una estructura vertical autoritaria sino dentro de una dinámica lo más democrática posible. Estas tres condiciones de completitud decibilidad y consistencia, estimulan los potenciales internos y propios que una región tiene. La completitud disminuye la dependencia externa, permite más control sobre el proceso; la consistencia permite que sea sustentable en el tiempo, que tenga capacidad de reproducirse, y la última condición, la capacidad de decidir o decibilidad se refuerza y se sustenta además en un creciente proceso de participación democrático lo más directo posible. Si un proyecto pasa estos tres exámenes, la experiencia me ha demostrado que vale la pena. Si no los pasa, el riesgo es grande. Ahora sí, advierto que este tipo de proyectos suelen ser iniciativas  no  muy espectaculares. Hay una relación inversa entre espectacularidad y beneficios a largo plazo. He constatado sistemáticamente a través de  experiencias que he visto en el mundo, que los proyectos más espectaculares no son lo más beneficiosos en el largo plazo, son sólo deslumbrantes en un período o con visión inmediatista.
En esa perspectiva pienso que debiéramos recuperar algo que siempre me pareció una de las mayores virtudes chilenas y que desgraciadamente ha desaparecido en buena medida; la sobriedad. Chile era un país  sobrio, habitado por gente  sobria, que actuaba sobriamente, pensaba sobriamente y que tenía expectativas sobrias, lo que por cierto  no significa expectativas pobres. En todo orden de cosas hemos perdido esa dimensión y creo que tenemos la oportunidad de recuperarla sobre todo en  regiones. Realmente pienso que el futuro de Chile está en la región.
Todo país se precia – y Chile no es la excepción – de  tener una política macroeconómica, de la cual emana orgullo y prestigio, pero son muy pocos los países que tienen una política microeconómica. La tendencia más bien es suponer, que si me funcionan bien las variables macroeconómicas algo bueno tiene que ocurrir abajo, hay algún tipo de chorreo debe ocurrir,  pero desgraciadamente eso no sucede. Ejemplos; la mayor parte de la exportación de fruta ocurre en la zona que esta entre Curicó y Talca, una región que contribuye de manera importante a la macroeconomía, pues es la región de Chile con mayor nivel de desempleo en el país. Eso es incoherente, algo ahí  no funciona, y esto en mayor o en menor medida ocurre a lo largo de todas las regiones no solo de nuestro país, sino que en el resto de los países latinoamericanos y en general en los países del Tercer Mundo. A pesar de todo, creo que estamos más capacitados que otros para corregir esta situación e inventar algo distinto. Planteo esto asumiendo que en Chile se generó  la regionalización con mucho miedo de que  las regiones se potenciaran, supongo esto  porque el país nunca había sido tan centralista  como después de esta división administrativa. Paradojalmente había una época donde existía un Banco de Concepción que era de Concepción y para Concepción y un Banco de Talca que era de Talca y para Talca y un Banco Alemán Trasatlántico que era de Valdivia y para Valdivia. Valdivia tenía empresas navieras propias y salían desde ahí a Hamburgo; existía  el Banco de Osorno y La Unión, etc. Hoy día esos bancos todavía funcionan pero han pasado a convertirse en bancos del centro cuyo rol fundamental es succionar los excedentes que se generan en las regiones  ¿y llevarlos al centro con fines de desarrollo ?; ¡No! Con fines primordialmente de especulación financiera. En este sentido una de mis propuestas fundamentales sería una reforma estructural  del sistema bancario y financiero en Chile, de manera que se vuelvan a establecer bancos regionales y bancos locales para que los excedentes generados en esa región, circulen en esa región para beneficio de esa región. Todo lo demás dificulta las cosas, no se trata de que una vez que todo ha llegado al centro, el centro asigne mil millones de dólares a la región tanto; ¡Bueno, aquí esta la plata, úsenla! No es eso, es muy distinto una cosa que llega en esos términos, que recursos  que son  producto de una dinámica propia. Eso es generar un proceso regionalmente coherente.
A continuación quiero transmitirles  algunos párrafos del Consenso de la Comunidad Científica Sueca: “Millones de años atrás, la Tierra consistía en un desordenado guisado de compuestos inorgánicos tóxicos, la transformación de ese guisado en la riqueza de depósitos minerales, aire respirable, aguas, suelos, bosques, peces y vida animal que proveyeron el hábitat del que la especie humana y su civilización pudieron emerger, todo ello comenzó con la célula verde de las plantas, esta admirable y portentosa célula tenía la habilidad de capturar excedentes de energía solar más allá de sus propias necesidades de mantenimiento y crecimiento, esta habilidad la utilizaron a lo largo de millones de años para crear todos los compuestos complejos y concentrados de los que depende toda vida humana y sus actividades. Los seres humanos permanecieron en equilibrio con la capacidad regenerativa de las células verdes hasta hace unos cien años, fue entonces que nuestra tecnología nos permitió ejercer control sobre las fuentes de energía concentrada; ello nos permitió expandir nuestro dominio sobre el espacio ecológico con tal velocidad y fuerza que comenzamos a revertir el proceso evolutivo de la Tierra, transformando materia ordenada en basura molecular con mucho mayor rapidez de la que las restantes células verdes eran capaces de reprocesar. Se trata de un acto de suicidio colectivo; irónicamente hemos escogido llamarlo desarrollo.
En años recientes nuestra tecnología ha llegado a ser tan avanzada que una consiguiente proporción de los desechos humanos consiste ahora en metales tóxicos y compuestos no naturales estables que simplemente no pueden, de ninguna manera, ser procesados por las células verdes. Esta basura quedará aquí para siempre, como monumento a nuestra maestría tecnológica y a nuestra ignorancia biológica, a ello también lo llamamos desarrollo”
Que  terribles tentaciones las que nos llevan a actuar en dirección a una especie de suicidio colectivo. ¿Cómo somos capaces de eludir nuestra propia responsabilidad? ¿Cómo somos capaces de estar casi narcotizando para no ver lo evidente? ¿Como llegamos a un nivel de enajenación de que a pesar de todas las experiencias acumuladas, todavía somos capaces de creer que esta nueva experiencia nuestra será distinta?. Aún así, creo que Chile y esta región en particular tienen una  oportunidad única por contar – al contrario de lo que pudiera pensarse – con una cantidad de población pequeña. Ustedes son una región que tiene la gran ventaja de ser tal,  todo lo que se hace o no se hace es visible y lo que se hace  mal  se nota mucho. ¡Ojo! ¡Cuidado!  aprovechen esa ventaja comparativa, porque esa es la mayor facilidad para generar su propia coherencia. Pienso que una de las cosas que ustedes debieran exigir como derecho inalienable y ciudadano, sobre todo en un sistema democrático, es que cualquier decisión que eventualmente pueda afectar  profundamente  a esta región  o a sus habitantes futuros, debe ser indiscutiblemente producto de un debate público, abierto y transparente; donde todas las partes que se quieran involucrar y tengan algo que decir, lo digan y que las decisiones se tomen después que cada ciudadano tenga la oportunidad de estar esté informado. Ustedes tienen la posibilidad de exigirlo precisamente  porque son pocos y porque lo que ocurre se nota.
En la medida que los políticos profesionales sientan que no  hay preguntas y no hay inquietudes profundas, pensarán que todas las decisiones están bien tomadas y nadie puede protestar si las cosas no resultan bien. Estamos en una posición privilegiada, mi visión sobre el futuro de nuestros país es muy buena si la sociedad civil se atreve a actuar. Toda la historia ha demostrado  que toda vez que ha habido un catecismo que ha hecho daño, la única manera de escaparse de este catecismo es ser hereje, yo lo soy e invito a la herejía,  porque considero que en este momento histórico resulta bueno para la salud de un país.
* Max Neef es Economista, Premio por La Justa Subsistencia o “Nóbel Alternativo”. Posteriormente fue candidato a la Presidencia y Rector de la Universidad Austral de Chile. Actualmente es docente es investigador de la UACH.

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