Peter Hartmann, Director CODEFF Aisén, Presidente Agrupación Aisén Reserva de Vida.

Cuesta a veces concentrarse y tener tema para escribir, mas aun cuando se esta afectado o con parte de uno mismo en luto al fallecer la madre. Aunque parezca personal, mi madre es en buena medida responsable de quien soy y hasta de esto de venir a vivir acá y dedicarme a Aisén Reserva de Vida. La verdad es que aparentemente mi madre nada tiene que ver con eso, pero inevitablemente lo tiene. La verdad es que, aparentemente también, esto sería un tema personal, pero eso es hasta por ahí no mas. Y hasta con el apellido, las madres muchas veces terminan ocupando un injusto rol secundario en nuestra sociedad.

La cuestión es que mi madre Eleonora (nombre que le cargaba, alias Loni) Cecilia Francisca Samhaber Busher de Hartmann, con madre de familia artística y padre casi abogado (“habría sido un buen juez”) dedicado a empresario PYME, crecida en el submundo de la colonia alemana en la entre-guerra y II Guerra Mundial, con club deportivo, piscina y gimnasia, la convirtió en deportista                                           y profesora de básica. También dibujaba, participaba en el coro, tocaba flauta, acordeón y armónica y gustaba salir a la naturaleza. Buena parte del pololeo con mi padre fue yendo a esquiar en camión a Farellones en esos esquís de madera que usaban en aquel entonces. De luna de miel se fueron a mochilear a los lagos del sur y luego se pusieron a construir su casa, con sus sueldos mínimos de aquel entonces (algo imposible hoy), eso detrás del deposito de troleybuses al final de Bilbao (ahora Jumbo), al otro lado del Canal San Carlos en Las Condes, cuando ahí había nada y les decían que estaban locos y que era demasiado lejos. Además, mi madre era bonita lo cual demuestran las fotos de aquel entonces, aunque nunca la vi presumir de ello.

Cuando cumplí seis años y había fallecido la abuela materna, nos fuimos a vivir al pueblo- campamento de Coya, donde habían contratado a mi padre de jefe fotógrafo con buen sueldo y casa por la Braden Copper Co. (El Teniente). Para mi madre este cambio debe haber sido tremendo, pero había harto que hacer y ella se adapto bastante bien. Intentó ejercer de profesora, pero se lo frustraron y de ahí se dedico a ejercer, para bien y para mal, con sus hijos y a las clases de natación en verano. En la población B tuvimos un hermoso jardín, con parrón y algunos árboles frutales y hasta una huerta. No faltaban los animalitos. Hacíamos mermelada, galletas y helados y las navidades eran inolvidables (también para el vecindario). La verdad es que las pasábamos bastante bien, en gran medida gracias a ella. Salíamos a menudo a pasear y hacer pícnic a los alrededores y en verano salíamos de vacaciones al sur, a los lagos, a los bosques que nos fascinaron siempre. A veces en verano y habitualmente en vacaciones de invierno íbamos a la playa donde ambos abuelos tenían casa. Muchas veces en esas ocasiones mi madre invitaba a las y los primos a pasarlas en Coya o en la playa. De esa época, aparte de los juegos de mesa y locuras infantiles y adolescentes, nuestra máxima entretención era el teatro de títeres. Mi madre tenía unos títeres tallados en madera y luego agregó varios hechos con papel mache a los que les hacia sus trajes (era eximia costurera), todos unas obras de arte, tenía además escenografías pintadas e historias escritas por ella. En los años sesenta mis padres juntando ahorros hicieron un viaje a Alemania a encontrarse con la parentela.  Con la subida al poder de la UP, mas la campaña del terror y las ganas de irse a Alemania, mi madre con mi hermano se autoexiliaron, vendiendo todo en una bicoca. Incluso nuestros juguetes mas preciados y el teatro de títeres. Fue un aprendizaje al desprendimiento material. Mi padre y yo nos iríamos una vez egresado del Colegio Alemán, tras pasar un año internado en San Fernando y dos en el Instituto O’Higgins de Rancagua. Pero, hubo golpe militar y mi hermano quiso volver, con lo que a mi madre que al fin estaba ejerciendo de profesora, se volvió también, bastante a regañadientes, en barco. En esa época mi madre heredo de unas tías alemanas sin descendencia, con lo cual pudieron volver a Europa varias veces. Yo también en 1983, recién titulado y gracias a esa herencia pude construir casa en Coyhaique.

Si, ella estuvo varias veces en Coyhaique, ya de joven y luego de paseo y tratando de ayudarme a ordenar mi desordenado y sucio hogar, “lleno de arañas”, en lo que no lo pasó muy bien.

La cuestión es que ya en la tercera edad, en su último viaje por Europa, un día en un hotel olvidó donde había escondido el dinero. Sería el comienzo de su declive (Alzheimer dicen). Al jubilar mi padre, se habían comprado una casa en Rancagua con jardín y piscina, en la cual le enseño a nadar a los nietos y se bañaba aun con casi 80 años. Pero la abandono la mente y cuando fueron a parar al hospital donde falleció mi padre, ahí no se preocuparon de hacerla caminar y se le olvidó. Nosotros, que estábamos en otra, tampoco lo intentamos, con lo que tuvo un periodo de mas de seis años de silla de ruedas y luego postración absoluta. La verdad es que si se hubiese dado cuenta de cómo estaba, se habría muerto de pena hace mucho. Pero vivía en su mundo y estaba bien atendida (gracias a mi hermano, cuñada y una sucesión de señoras, varias inmigrantes) y mirando desde la cama su querido jardín y cielo azul de Rancagua. Ahí dejo de respirar temprano y en paz la mañana del martes 31 de mayo, algo mas de un mes antes de cumplir 94 años. Al fin su espíritu inquieto podrá otra vez viajar, moverse y ejercer la creatividad a gusto.

Finalmente, aparte de deportista, bonita, cercana a la naturaleza y lo cultural, profe, creativa e inquieta, a mi madre le gustaba sentirse útil a la familia y la sociedad, de hecho era ella la única organizadora de encuentros de la gran familia (¡que importantes son esas personas!). Además la recuerdo siempre con una ejemplar actitud proactiva, amable y muy integra.

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