Peter Hartmann, Director CODEFF Aisén, Presidente Agrupación Aisén Reserva de Vida.

Estaba divagando en que escribir y no se porque, me acorde de la suertuda chica geógrafa que llevé de ida y vuelta a Caleta Tortel cuando fui a lanzar el libro del Baker en marzo pasado. Un encuentro afortunado para ella, que se fue de vuelta a Conce hasta con libro gratis y de tomarse unos mates conversados con Lalo Sandoval (Balseros del Baker). Y no ha sido el único encuentro notable en esos viajes al sur; por ahí recogí años atrás a unas chicas estudiantes de ecología alemanas a las estábamos ayudando y que estaban en compañía de una estudiante de arquitectura que hacia su práctica profesional en Tortel, Maribel, que ahora vive en Chiloé y está traduciendo el libro Aisén Reserva de Vida al inglés. Y claro, yo llegue a la región también a Tortel  haciendo mi práctica profesional. Ahí, en Tortel, fue además el primer encuentro con otra arquitecto, María Paz. Y no son las únicas arquitectos cautivadas por Tortel, hay varias(os) más.

Y claro, hay hartos encuentros mas que se dieron en esos viajes, aparte de con aquellas personas con quien viajaba, entre ellas algunas gringas (una de ellas pariente del “descubridor” del río Evans – Ibáñez) y Monti una colombiana, de International Rivers. Aunque el encuentro mas mágico fue un día en que estaba parado en el cruce de entrada a Puerto Bertrand esperando a un equipo de la televisión alemana con quienes íbamos a reportear en Los Ñadis a Lilli Schindele y su familia. En eso, aparece un vehículo con una pareja con pinta germana y los detengo y pregunto si son de la TV. “Nein!” me responde él, “wir sind nicht vom Fernsehen!” (no somos de la televisión). Y ahí en medio de la “carretera” se armó una tremenda conversación, en alemán, con un filosofo austriaco y su mujer que andaban recorriendo la Patagonia y con ganas de venirse a vivir acá cansados de la urbe. Entre lo que recuerdo de esa conversación, el filósofo (no recuerdo su nombre) contó que no era su primer encuentro insólito en ese viaje; que unos días antes había conversado con un solitario puestero en la pampa, quien le agradeció el encuentro providencial, porque en su abandono había estado a punto de suicidarse. En todo caso, ese encuentro fue mejor que aquel con la gente de la TV, que aparecerían un tiempo después.

De años antes, en mi recorrido a pie por la construcción del Camino Longuitudinal Austral, de entre los encuentros recuerdo dos: en el viaje en lancha entre Chaitén y Pumalín venia de pasajero en la bodega, afuera llovía, y ahí venia también una chica con quien no intercambiamos ni una palabra, aunque aún recuerdo bien su mirada inquisidora. Se bajó en Fiordo Largo donde había una casita lejos de todo en ese borde selvático. Unos días después, llegue caminando ahí y junto a la casita había una rueda hidráulica y una lancha varada y en ella un niño jugando. ¿El hijo de la chica curiosa? Otros días más tarde, llegamos al Fundo Reñihue, donde conocí a las hermanas Winkler (su padre era el administrador del fundo de un tal Pedro Reichert, quien vivía en el extranjero). Nos invitaron a tomar onces y contaron historias increíbles de su vida ahí. Años después, nos reencontramos con una de las hermanas, ahora a cargo de la cafetería de Caleta Gonzalo, trabajando para el que llegaría a ser el Parque Pumalín. En ese último viaje a Tortel del lanzamiento del libro, se apareció Amalia otra vez, ahora convertida en guía-transportista turística.

Finalmente, va la historia de unos encuentros en el Glaciar de los Polacos del Aconcagua. En febrero de 1981 estábamos ahí a 6300 metros de altura en Piedra Bandera, la primera expedición chilena a esa ruta de la cumbre más alta de América, lugar desde donde saldríamos a la madrugada siguiente hacia a la cumbre. Y en eso vemos bajar a otra expedición (gringa), en la que venía un chileno (no recuerdo su nombre) quien sería el primer connacional en hacer cumbre por esa ruta. Al día siguiente, a punto de bajar desde ese lugar nos encontramos con otra expedición, esta vez argentina, encabezada por el connotado montañista Guillermo Vieiro y dos acompañantes. Uno de ellos, el chileno Rodrigo Abascal, en su primera cumbre de alta montaña (¡!). O sea, tras décadas de la primera ascensión por los polacos de esa ruta ¡llegaron a ella ocho chilenos en tres expediciones diferentes en dos o tres días! Unas jornadas después, nos reencontraríamos en el valle de Horcones cruzando, gracias a ellos, el crecido río. Con Rodrigo nos seguimos encontrando posteriormente, aunque por desgracia perdí su contacto. A ver si se repite algún día otro encuentro. Abajo, en esa larga y tediosa retirada desde la montaña, frente a la pared sur del Aconcagua, nos encontraríamos en una hermosa vega (lo primero verde que veíamos tras más de una semana) con una pareja alemana que no había logrado llegar a la cumbre. Él se llamaba Klaus Hartmann, igual que mi hermano y un tío desaparecido en el frente ruso. Unos años después nos reencontraríamos en Múnich, ciudad natal de mi padre.

Y claro, probablemente todos tenemos encuentros y de estos algunos más importantes y notables que otros y que pasan a constituir parte de nuestra vida. Y tal vez no sean ni tan notables, pero tuvieron algo, algún detalle, que nos hace recordarlos.

 

 

 

 

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